La
importancia de la evaluación como proceso de aprendizaje. Reflexiones para los
Docentes.
Lic.
Prof. Miriam Giambuzzi
Mgiambuzzi
gmail.com
Resumen
La
evaluación nos permite señalar las
distintas concepciones que se tienen sobre la sociedad, la escuela, la
educación, sobre la tarea docente.
Más importante que evaluar y
qué evaluar correctamente, es saber al servicio de qué personas y de qué
valores se pone la evaluación. Dado que la evaluación es más un proceso ético
que una actividad técnica.
Todos los aprendizajes están condicionados por el ambiente o su contexto de aprendizaje
y por su propia motivación.
El aprendizaje no se realiza
en forma mecánica, esto es lo que hay que destacar. No son sencillos y lineales
estos procesos de enseñanza y aprendizaje.
La evaluación debiera ser un
medio para conocer, compartir y entender, este maravilloso proceso de enseñar y
aprender el cual nos permite transcender en la otredad aceptando la diversidad.
Palabras
claves: evaluación- educación- aprendizaje
La
importancia de la evaluación como proceso de aprendizaje.
En estos últimos años, a mi
criterio, la escuela resulta el lugar donde más se evalúa pero es el mismo
lugar donde los cambios se hacen más lentamente. Pero la evaluación tiene
amplias dimensiones, y es necesario saber que se pretende de ella.
David Nevo (1986) plantea diez
dimensiones de la evaluación educativa. Cada una resulta una inagotable fuente
de preocupaciones y cuestiones no siempre clarificadas.
1.
¿Cómo se define la evaluación?
2.
¿Cuáles son las funciones de la evaluación?
3.
¿Cuáles son los objetos de la evaluación?
4.
¿Qué tipos de información deberían ser recogidos en la
contemplación de cada objeto?
5.
¿Qué criterios deberían ser usados para juzgar el
mérito y el valor de un objeto evaluado?
6.
¿Para quién se realiza la evaluación?
7.
¿Cuál es el proceso para realizar una evaluación?
8.
¿Qué métodos de indagación deberían ser usados en la
evaluación?
9.
¿Quién debe realizar la evaluación?
10. ¿Bajo que patrones
debería ser juzgada una evaluación?
Todos estos aspectos tratan un
amplio panorama de interrogantes sobre que comprobar en la evaluación que se
toma a los alumnos.
“La evaluación educativa es un
proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas
está contribuyendo a conseguir los fines valiosos o si es antiético a estos
fines. Que hay diferentes versiones de lo valioso es indudablemente verdad. Es
uno de los factores que hace a la educación más compleja que la medicina…”
(Eisner, 1985).
Pero la evaluación, es un
proceso que pone en cuestión todas nuestras concepciones sobre la enseñanza y
la educación. La evaluación se convierte
en la estructura formal del ámbito áulico.
Todo sucede en virtud de las expectativas y de las consecuencias de la
evaluación. Por un lado, los padres en
la mayoría de los casos dan valor a las calificaciones más que al aprendizaje y
al esfuerzo; y la sociedad presta menos atención al saber real que a los diplomas
y calificaciones que acreditan la permanencia y el éxito de la escuela.
“De esta forma la evaluación
en lugar de ser un instrumento al servicio de un sistema de enseñanza se
convierte en una finalidad que somete y modela al resto de los elementos.
Cuando la evaluación adquiere un valor final, el sistema genera una dinámica
que se aleja de los objetivos de formación. Todo se vicia, se distorsiona, se
disfuncionaliza” (Pérez Gómez, 1988).
La evaluación es un ejercicio
fundamental de comprensión. Para evaluar hay que comprender. La evaluación
permite que el docente comprenda que tipo de procesos realiza el alumno. Que es
lo que ha comprendido y qué es lo que ha asimilado.
Más importante que evaluar y
qué evaluar correctamente, es saber al servicio de qué personas y de qué
valores se pone la evaluación. Dado que la evaluación es más un proceso ético
que una actividad técnica.
El alumno aprende todo aquello
que es capaz de asimilar en un determinado momento. Todo lo que aprende esta en
función de lo que ya sabe, de su experiencia, de las expectativas y motivos, y de sus
deseos. Todos los aprendizajes están
condicionados por el ambiente o su
contexto de aprendizaje y por su propia
motivación.
El aprendizaje no se realiza
en forma mecánica, esto es lo que hay que señalar. No son sencillos y lineales
estos procesos de enseñanza y aprendizaje.
La evaluación de cada educando
lleva aparejado su propio ritmo de estudio y de maduración. Este ritmo no es
homogéneo para todos los alumnos ni para un mismo alumno en todas sus etapas.
Según Tavernier, (1987),
“lejos de ser un modelado pasivo, el aprendizaje significa una asimilación en
extremo selectiva de las diversas informaciones procedentes del medio,
conectadas entre sí de una manera extraordinariamente personal”.
Por otra parte, de la propia
experiencia del trabajo diario, del día a día en el aula, se que no resulta
fácil poner en marcha procesos de cambios que faciliten una mejora. Nuestro
ámbito escolar presenta grandes dificultades arraigadas, más bien anquilosadas
que entorpecen la práctica profesional y el contexto organizativo de la escuela.
Por ejemplo: la escasez de tiempo, falta de motivación, individualismo
profesional, la rutinización institucional, la inversión educativa y algunas políticas educativas.
Sería muy interesante pensar
en una ruptura hegemónica de la inquietud evaluadora, es decir solo se evalúa
al alumno. Esta dimensión jerárquica de la evaluación solo del alumno que no
involucra todo el contexto y proceso, es
la que se debería repensar, con que
otras preocupaciones e interrogantes más justos y ambiciosos tendrían que
contar la evaluación.
De mitos pedagógicos
arraigados no pueden surgir los cambios, el docente seguirá evaluando
repitiendo sus rutinas y demandará de los alumnos los cambios que él no está
dispuesto a poner en práctica. Sencillamente la evaluación debiera ser un medio
para conocer, compartir y entender, este maravilloso proceso de enseñar y
aprender el cual nos permite transcender en la otredad aceptando la diversidad.