Alberto Chara
6º Concurso Internacional de Cuentos Algarrobo. Valparaíso, Chile 2013
Primer premio adultos: Alberto Chara – República Argentina
ESBELTAS PUNTILLAS
La querían profundamente y le profesaban un respeto casi
sobrenatural, todos sabían ubicarse a su lado porque así siempre lo
esperaba; ella era el centro de cada reunión dominguera y por supuesto
de todos los festejos.
En las ocasiones especiales se vestía con las mejores galas en
donde brillaban con suntuosidad, finos algodones y esbeltas puntillas
que la cubrían casi por completo, pero dejando que sus pies se
asomasen atrevidamente para poder admirarlos.
Su piel bronceada era un rasgo que la acompañaba tanto en verano
como en invierno, ella había nacido en el campo y su edad con certeza
nadie lo sabía; durante años vivió en ese lugar rodeada de sus
hermanos y pensando sólo en crecer, pero sabiendo que algún día se
transformaría en alguien muy imprescindible.
Pasó el tiempo volando a su alrededor y su cuerpo se fue alterando
preparándose para el cambio, solía recibir a la lluvia sin reparos y
las noches solían encontrarla buscando afanosamente la salida del sol;
y fue precisamente así, a la salida del sol, cuando el cambio llegó.
Un hombre anónimo, un seductor de pocas palabras se había cruzado
en su vida y casi sin darse cuenta la transformó, esa relación duró
apenas una semana pero la marcó para siempre; ella lo recordaba como
su hombre sin nombre, como su pasado y su presente, un presente vacío
y sin los invitados de toda la vida.
Ahora estaban ella y Mario solos en una casa vacía, en el medio de
paredes añoradoras sin cansancio, de viejas fotos casamenteras,
natalicias y cumpleañeras. El momento de irse se acercaba y Mario no
quería alejarse de ella, no podía abandonarla en ese lugar ahora ajeno
ni soportaría que extraños se sentaran a su lado y vieran su piel
bronceada tanto en verano como en invierno, no dejaría que otros
admirasen sus pies descalzos, ni su galana vestimenta de finos
algodones y esbeltas puntillas.
No hacía falta que le preguntara si quería continuar a su lado,
sabía la respuesta; después de todo ella y Mario habíamos pasado una
vida juntos y este, no era el momento de separarse.
Ella, la que nunca había sido reemplazada por otra, sí ella, la
vieja y querida mesa de los encuentros domingueros, la de los deberes
primarios, la del café con leche y pan con manteca, la del pollo al
horno con papas y la de la infaltable sopa.
Sí, ella, la vieja y querida mesa familiar se mudó con Mario a su
nuevo hogar para seguir escribiendo recuerdos, para seguir siendo el
centro de todas las reuniones domingueras, para mostrar sus esbeltas
puntillas y dejar que sus pies se asomen atrevidamente para poder
admirarlos.
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