Era un hermoso día, primaveral, soleado y despejado, en el pueblo de
Campana en la provincia de Buenos Aires a unos
82 km
de la Capital Federal. Justine, era una mujer que había nacido en dicho lugar
en 1905 y nunca salio de su pueblo, ella se sentía muy sola,
la tristeza brotaba de sus ojos, aunque siempre estaba rodeada de amigos y
familiares. Decidió ir a la plaza del
pueblo, la cual tenía senderos amplios
que a cada lado ofrecían fragancias de fresias y rosales. Las fresias
eran de colores blancos y amarillos mientras que las rosas regalaban intensos rojos en diferentes gamas.
Tal vez allí, todo doliera menos, o el recuerdo activo la hiciera
revivir aquel amor furtivo, ese que se siente una sola vez en la vida. Ese amor
que te hace sentir inmensamente viva, donde cada célula de tu ser vibra con el
solo rose de una mano o de una caricia. Ella notaba mucho su ausencia, lo
extrañaba y anhelaba estar nuevamente con él.
¿Porqué se habían separado?, si era tan profundo su amor.
Recordaba sobre todo su dulzura, su suavidad, delicadeza y su mirada.
Extrañaba sus abrazos y sus caricias. Sentía que no podía vivir sin él, que
moriría por la abstinencia de no estar a
su lado, sin su calor, sin su olor, sin su piel. Nada ni nadie podía hacer que
dejara de pensar en ese hermoso hombre.
Absorta en sus pensamientos recorría la plaza de punta a punta, a lo
lejos se escuchaba el tren, seguramente ya había llegado a la estación el
rápido que venía desde Buenos Aires a Campana. Esa estación de estilo inglés,
que en marzo de 1875 comenzó a correr la primera locomotora desde el obrador de
Campana, hasta el otro lado del río Luján, inaugurando un nuevo puente de
hierro que reemplazaría al provisional de madera construido ni bien comenzaron
las obras, esto le contaba siempre su abuela Angélica con quien siempre ella
estuvo hasta el día de su muerte. Recién
el 13 de enero de 1876, se
producía el viaje inaugural con el primer tren que partiendo de la Estación
Central y con destino a Campana, que
trasladaba a bordo a autoridades
nacionales y a presidentes de los directorios de los distintos ferrocarriles.
También esta estación le traía inmensos recuerdos, era en la cual lo esperaba
sentada en el banco de madera pintado de verde oscuro junto a la entrada donde
corría una Suave brisa en las tardes de primavera.
En lo más íntimo de su ser,
algo le decía que él no era para ella, eran muy diferentes, pero ella no podía
dejar de sentir, de amarlo sin entender a que respondía ese amor, un amor que
era infinito y eterno. Sensaciones
inexplicables como de vidas pasadas,
estaban unidos desde siempre y desde siempre separados por algún suceso.
No entendía porque no podía dejar de sentir ese sentimiento tan profundo por
él, que la colmaba de amor y placer, pero al mismo tiempo la lastimaba. Necesitaba ser feliz, luchaba por
ello, cuando creyó que lo había logrado súbitamente, todo se desplomó, lo que
era mágico se tornó una confusión de mal
entendidos e incomprensión.
Justine, seguía pensando como
fue que sucedió, que les faltó, que es lo que ella hizo mal.
Solo quería ser feliz, vivir en su pueblo natal de Campana, casarse tener sus
hijos y ser feliz. Ella provenía
de una familia de inmigrantes, muy trabajadores.
Hasta 1924, su padre trabajaba en el Frigorífico, el cual
dio empleo a miles de trabajadores campanenses. Ese año un incendio destruye
sus instalaciones. Desde entonces, Campana entró en una pronunciada decadencia
que se prolongaría hasta la instalación
de la empresa Dalmine SAFTA, en 1954, cuyos hermanos de Justine encontraron trabajo allí.
Cuando ella cumplió 13 años empezó atrabajar en la casa de los
Marqueosi una familia acomodada para aquellos tiempos del pueblo. Su trabajo
era sencillo, algunos quehaceres domésticos y dama de compañía. Justamente en esa
casa, trabajando, en una reunión
familiar, aparece él y se enamoró con solo mirarlo y repentinamente estaba en
una maraña de sensaciones e ilusiones por un muchacho del cual se había enamorado locamente, sin
pensarlo.
Estaba oscureciendo y comenzaba hacer frío en la plaza, se prendieron los
faroles y la iglesia ubicada en frente empieza a dar las campanadas anunciando la misa de las 19 hs. Seguía
angustiada y sola, abatida por el dolor
de su pérdida, a lo lejos se divisa un Fort T, negro que transita por las
anchas calles de tierra del pueblo. No debe quedarse más tiempo ahí, debe
volver a su casa donde tal vez el recuerdo siga doliendo un poco más…
Miriam Giambuzzi